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Un encuentro con la historia

Desde las emblemáticas pirámides hasta el enigmático Valle de los Reyes, desde los plácidos paisajes del sur del Nilo hasta los bulliciosos mercados donde el regateo es ley, desde los tesoros de los museos hasta los exóticos sabores de su comida. Egipto propone un encuentro con la historia, que escribe con bellos jeroglíficos y se sucede interminable generando una atracción irresistible en los viajeros.

El Cairo amanece en enero envuelto por una neblina espesa que borra los contornos de las cosas y las tiñe de un enigmático halo dorado. Así, color oro, es como descubrimos apenas llegados al país los perfiles de las pirámides de Giza –Keops, Kefrén y Micerino– que aguardan junto a la misteriosa Esfinge. No podría haber un mejor comienzo para este recorrido que nos sumergirá en la historia, que visitar la única de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Llegamos hasta la base de la pirámide más alta de Egipto (137 m.) y la más antigua de Giza (2570 a.C.), la de Keops. Lo primero que impresiona, sin embargo, es la dimensión de las piedras perfectamente alineadas y pulidas que la conforman –1,5 m. de altura y 2,5 t. de peso– que invitan a acariciarlas como quien busca tocar el pasado.

Kefrén, apenas un metro más baja, se distingue en cambio por la cobertura de piedra caliza de su cima que se salvó de los saqueos. Está custodiada por la Esfinge, con cuerpo de león y el rostro del faraón Kefrén.

Por último, la más pequeña de las tres pirámides, Micerino (66 m.), nos invita a recorrer sus entrañas por un estrecho pasillo oscuro y lleno de ecos hasta llegar a la cámara mortuoria del faraón.

Alrededor de las pirámides, el desierto y el caos. Camellos adornados para la foto, vendedores de todo, souvenirs extraños; y en las afueras tiendas de papiros y perfumes donde también se habla de técnicas milenarias.

La visita debe continuar por el Museo Egipcio, un laberinto interminable atiborrado de piezas en las que resulta imposible no perderse. El tesoro es sin lugar a dudas la Galería de Tutankamón, con la conocida máscara funeraria azul y oro que parece traspasar el tiempo con su mirada de piedras preciosas.

Este viaje en el tiempo invita una vez más a llegar hasta otra parte de la ciudad, esta vez en el año 1300 d.C., y sumergirnos en el laberinto del bazar Khan-el-Khalili. Especias y perfumes, telas coloridas y lámparas, se mezclan con las distintas lenguas que ensayan los comerciantes hasta dar con la del candidato a cliente. Es imprescindible regatear o pasear sin darse vuelta ante los insistentes llamados.

También en la zona islámica de El Cairo –Patrimonio de la Humanidad de la Unesco–, hay que visitar la Ciudadela de Saladino, con sus muros y torres que datan del siglo XII. Allí está la impactante Mezquita de Alabastro, con su gran cúpula, minaretes y lámparas. Otra interesante visita es la del Barrio Copto, morada de los cristianos ortodoxos, donde destacan la iglesia de Santa María o iglesia Colgante (siglo IV) y la de San Sergio, donde cuentan que se refugió la Sagrada Familia en su paso por el lugar escapando de Herodes.

EL ENCUENTRO CON EL NILO.

Después del caos de El Cairo, el viaje al sur de Egipto para encontrarse con las plácidas aguas del Nilo, parece la llegada a otro mundo, o el verdadero inicio de las vacaciones. Desde Asuán parten los cruceros que recorren los impactantes monumentos que los antiguos egipcios fueron dejando en sus orillas. Pero antes de zarpar, es ineludible el paseo en faluca por el río, pasar por la isla Elefantina (con sus piedras de formas que recuerdan a los grandes paquidermos) y montar en camello hasta el poblado nubio, donde se puede ver algo de la vida de los primeros habitantes del lugar y llevarse de recuerdo sobre la piel uno de sus tradicionales y bellos tatuajes de henna.

También en Asuán resulta interesante visitar el Obelisco Inacabado, un monumento que mientras estaba siendo extraído de la cantera de granito se partió y quedó como testimonio de los métodos utilizados por los antiguos egipcios para cortar enormes bloques de piedra insertando cuñas de madera y mojándolas para que se hincharan y facilitaran el desprendimiento de bloques que podían llegar hasta las 1.000 t.

Desde allí, un paseo que suele ser opcional pero resulta a todas luces imperdible es el que lleva a Abu Simbel, probablemente el más impresionante de los conjuntos monumentales que el turista puede visitar en Egipto. Allí se encuentran los templos de Ramsés II y Nefertari. El primero (33 m. de altura y 38 m. de ancho) está custodiado por cuatro colosos de 21 m. de altura que miran hacia el amanecer portando las coronas del Alto y Bajo Egipto. Quizá más impactante que los colosos, la bella fachada, los muchos bajorrelieves y el ornado interior, sea la historia de este templo que comenzó a erigirse en 1284 a.C. Fue construido con una precisión tal que el sol cruzaba todo su interior hasta llegar a 55 m. de profundidad, donde había un santuario, apenas dos días en el año: justamente en el aniversario del nacimiento y coronación de Ramsés II. Con la construcción de la represa de Asuán, que dio origen al lago Naser, el templo corrió el riesgo de quedar bajo las aguas. Sin embargo la comunidad internacional emprendió una tarea precisa y titánica para rescatarlo y lo consiguió, con una pequeña salvedad: la entrada del sol no pudo ser reproducida con exactitud y se atrasó un día, ahora ocurre cada 22 de febrero y 22 de octubre.

RIO ABAJO.

El relato de la historia, los nombres de dioses y faraones, los jeroglíficos, los paisajes y los misterios se suceden a medida que transcurre el viaje por el Nilo. El templo de Kom Ombo, con sus santuarios gemelos e impresionantes relieves a orillas del Nilo; y el de Edfu –dedicado al dios Horus, construido unos 200 años a.C., y oculto bajo la arena hasta 1860– uno de los más grandes y mejor conservados, son también imperdibles.

El momento en que el barco atraviesa las esclusas es uno de los más relajados del paseo, donde se puede disfrutar del sol en cubierta. Así se llega hasta Luxor, donde se encuentran los templos de Luxor y Karnak, unidos por una avenida de esfinges de la cual se conserva apenas una parte. Luxor está dedicado al dios Amón y se construyó en sucesivas etapas, con el aporte de varios faraones. Destaca un gran obelisco situado al lado de la entrada; frente a él se encontraba otro idéntico que hoy puede apreciarse en la plaza de la Concordia en París. Karnak fue un relevante centro religioso y hoy parece inabarcable en su sucesión de salas y patios a cielo abierto.

La otra orilla del Nilo, la oeste, estaba dedicada a los muertos. Allí están el Valle de los Reyes y de las Reinas, con impresionantes tumbas que conservan intactas sus elocuentes pinturas.

Cerca de allí, el templo de Hatsepsut, con sus tres terrazas, parece una construcción moderna recostada sobre una meseta, y recuerda a la mujer que gobernó Egipto durante 30 años. También impactan los Colosos de Memnón, dos figuras de más de 15 m. talladas en un solo bloque de piedra arenisca.

Al costado del camino, sobre la tierra pálida y polvorienta, un grupo de hombres excava. Buscarán quizá otra tumba, otro templo, otras estatuas que dentro de algunos años contemplarán los turistas asombrados. Egipto renueva sus misterios, interminables como la historia de la humanidad, para que el mundo admire su grandeza que trasciende los siglos, las fronteras y los caprichos de la historia.

TIPS PARA EL VIAJERO

Cómo llegar: no existen vuelos directos. Las rutas más habituales por su conectividad son desde Madrid o Roma.

Visa: se requiere un visado que se tramita en el destino (solo hay que comprar una estampilla) con un valor de US$ 30. Además, es necesario tener pasaporte con una validez mínima de seis meses.

Clima: en las zonas desérticas se registra una gran amplitud térmica que puede ir desde los 46ºC durante las horas de sol a los 6 ºC después del atardecer, y en invierno caer por debajo de los 0º C. Septiembre, octubre y los meses de invierno son una buena alternativa para viajar, al igual que la primavera (marzo a mayo).

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