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El misterio del alpapuyo

En esta ocasión, Alejo Marcigliano nos comparte una experiencia que tuvo en Tafí del Valle, en Tucumán, al caer el sol hace algunos años atrás.

Llegamos a Tafí del Valle a media mañana, con un sol radiante y un día muy luminoso. Viajaba con Daniel, un amigo fotógrafo con quien debíamos recorrer el valle para elaborar una nota sobre el destino. Nos hospedamos en un hotel levantado sobre una propiedad colonial reciclada.

Toda la propiedad giraba en torno a un patio central cuadrado, cuyas habitaciones daban a él, incluso un edificio nuevo de atrás, que tenía dos plantas. Nuestro cuarto daba a una galería del primer piso, una escalera nos conducía al patio y de allí a la recepción.

A la noche decidimos salir a cenar. La noche era fresca pero limpia. El hotel estaba en la “parte alta” de Tafí de modo que desde la galería veíamos todo el valle hacia el sur, distinguíamos la entrada misma del valle e incluso el intenso verde de la selva de “abajo”. Sin embargo, nada se veía: sólo se distinguía una niebla blanquecina e intensa. Una imagen espectral.

Caminamos varias cuadras hasta una fonda y cenamos. Recuerdo que nos tomamos una sopa memorable. Y le preguntamos a los responsables del lugar por la niebla: el alpapuyo, nos contestaron. Es un término quechua compuesto que significa: Alpa, tierra; y puyo, lo que la cubre o abriga. Algunos dicen que es el “poncho” de las nubes.

Cuando debíamos volver al hotel, la bruma había avanzado y tomado la ciudad de Tafí. Los mitos populares dicen que, si uno está confundido o perturbado mejor no meterse en el alpapuyo: hay que esperar que sencillamente se disipe.

Caminamos lentamente de regreso al hotel, entre asombrados y temerosos. No se veía más allá de un metro. Recuerdo que Dani disparó algunas fotos a los faroles de la calle que con su luz le daban cuerpo y volumen a la niebla. Dudamos en alguna esquina, sobre algún giro, pero encontramos el camino finalmente. Recuerdo volver a detenerme a ver el alpapuyo ya más tranquilo, en la galería, esa noche. Ya no se la veía lejos, estaba allí, casi rodeándonos. De hecho, ni siquiera se terminaba de ver el propio pueblo de Tafí.

La condensación de la humedad de la selva, que se enfría repentinamente cuando cae el sol, crea esa bruma tradicional que sube y domina los cerros. Pero rara vez se comporta como esa noche, que había sido inusualmente densa y había reptado sobre las calles de Tafí Viejo, brindando una imagen fantasmagórica e irrepetible. Para nosotros fue un presagio de un viaje maravilloso e inolvidable. Fue casi como una inquietante bienvenida.

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