Los aromas se confunden en el aire surcado por pequeñas bandadas de cotorritas. A lo lejos se escucha el tan particular quejido de los zorros. Mientras anochece camino por un hermoso sendero de los alrededores del hotel donde me alojo y noto que algunas montañas aún permanecen doradas y brillantes recortando el cielo. En La Cumbre, momentos mágicos como estos se pueden vivir todos los días.
De hecho, por la tarde me tocó experimentar algo similar mientras ascendía al Cristo Redentor -uno de los atractivos más representativos de la ciudad- por un bonito camino en el cual me asombré con la cantidad y variedad de flores existentes entre la abundante vegetación. De ellas, sobresale el blanco jazmín de Chile, avistable también en casi todos los paisajes de las cercanías. A medida que avanzaba -entre los huecos de los matorrales, o parado sobre una piedra elevada- comencé a disfrutar de las magníficas vistas del valle. Fue en ese preciso momento cuando tomé el primer contacto con los aromas de las hierbas características de la zona -peperina, burro, tomillo, entre otras- que, mezclados con el de algunas flores, creaban una atmósfera única. Al llegar a la icónica estatua -una hermana menor, mucho menor, de la famosa carioca- todo es aire puro y celeste infinito. Una amable brisa me acaricia el rostro, despejándome de todo pensamiento ajeno al momento y permitiéndome gozar únicamente de la paz del lugar y las pintorescas panorámicas que pueden apreciarse a la redonda. Como dato se puede agregar que la imagen –construida en 1954- mide 9 metros y fue realizada por el escultor Luis Ramacciotti. A pocos metros de este monumento hay una enorme cruz, con la que se identificaba el lugar desde 1916.
NATURALEZA, ALFAJORES Y ESPEJOS DE AGUA.
Tener la posibilidad de contemplar a un colorido pájaro carpintero picoteando un tronco a menos dos metros de distancia no es algo que ocurra todos los días; mucho menos para un bicho de ciudad como quien está escribiendo estas palabras. Pero eso es lo que estoy haciendo desde hace media hora, tirado en una cómoda reposera en la que decidí hacer la digestión después del opíparo almuerzo al que fui invitado. Al lugar se lo conoce como El Chorrito, debido al diminuto manantial de agua mineral que lo caracteriza. Es un verdadero oasis de silencio, en el que hay una pileta pública construida sobre el cauce del río. Y precisamente allí, a pocos metros de la orilla, fue donde mi anfitrión preparó para un grupo de amigos y conocidos un típico y delicioso cabrito cordobés.
Unas horas más tarde decidí visitar un sitio muy especial para mí: la estancia El Rosario. Especial porque desde mi más tierna edad, y gracias a una tía cordobesa que viajaba dos o tres veces por año a mi ciudad natal y los llevaba como regalo, me enamoré para siempre de estos alfajores que quizás a otros no le digan nada, pero para mí son los más ricos del mundo. Para llegar es necesario transitar los 4 km. hacia el oeste ascendiendo la Sierra Chica. Una vez en la fábrica es posible realizar un recorrido guiado por el interior de sus instalaciones y conocer algunos secretos de la preparación de estos manjares. Por supuesto, al finalizar la visita –en un amplio salón de exposición– no sólo compré unas cuantas cajas sino también un par de frascos de dulce de leche y mermelada.
Para aprovechar la cercanía, y la disponibilidad de un auto, desde la estancia El Rosario se puede continuar hasta el dique San Jerónimo, un auténtico paraíso de agua, vegetación y cielo abierto. A esta altura tengo la sensación de que a medida que pasan los días, voy conociendo lugares cuya belleza va in crescendo. En este caso me maravillo con el espejo de agua -manso, inmutable, y hasta se diría plateado-, los más diversos verdes cubriendo los límites de las sendas, y una espléndida cascada que regala su frescura salpicando a los visitantes desde cada salto interrumpido a cada paso por las rocas.
Desde allí, y para completar la jornada de la mejor manera, conviene llegarse al Camino de los Artesanos, situado en el área de El Pungo. Contrariamente a lo que se puede pensar, este lugar dista mucho de parecerse a una feria de puestos de collares y pulseras. Lo que observo a medida que avanzo es que se trata de verdaderos locales –muchos de los cuales son, a la vez, los hogares de los artistas, que poseen talleres propios– que están instalados entre una corta distancia uno de otro sobre un pasaje de tierra. En ellos es posible adquirir piezas de platería, sweaters, productos de alpaca, cuero y alfarería, objetos y esculturas de madera, tapices y una infinita variedad de dulces, licores y especias. Respecto a este último rubro, sobresale Los Jardines de Yaya, una pequeña granja en la que sus dueños crean productos dulces y salados tales como higos “embarazados” de nueces y almendras, castañas en almíbar –¡o a la provenzal!–, dulce de nuez, quesos de cabra y 650 variedades cuyas combinaciones lo dejan a uno azorado. Me hubiera llevado una muestra de cada una, pero finalmente me decido por las guindas acarameladas, otra de mis debilidades. El trayecto concluye al final del camino, antes del cruce con la ruta, en la confitería El Bosque, especial para instalarse en sus mesas al atardecer y finalizar la visita saboreando alguna de sus exquisitas tortas o sándwiches, que es lo que hago mientras observo como las sierras se van tiñendo de naranja en un horizonte de ensueño.
EL PARAISO DEL ESCRITOR.
Sabía poco y nada de La Cumbre, así que una mañana compré un libro, me instalé nuevamente en la reposera del jardín del hotel y leí algunos de los datos principales de la localidad. Está situada a 94 km. de la capital cordobesa y a 1.200 m. de altura. Sus orígenes se remontan a fines del siglo XIX, cuando un gran número de inmigrantes ingleses llegó a las inmediaciones de su territorio para trabajar en la construcción del ramal ferroviario que unía Cosquín con Cruz del Eje. Fueron ellos quienes, instalándose para siempre en la zona, le dieron al pueblito original ese toque de distinción visible -actualmente– en sus distintos barrios y zonas residenciales. A la vez, impusieron las costumbres del té de las cinco y de la práctica del golf, deporte que tiene su club exclusivo –fundado en 1924– y cuyo campo es considerado uno de los mejores del país.
Lo que sí sabía era que Manuel Mujica Láinez había vivido muchos años aquí, puntualmente desde 1969 –cuando compró la residencia que hoy es museo- hasta 1984, año de su muerte. Hacia allí me dirigí por la tarde.
La propiedad se encuentra en el barrio residencial de Cruz Chica y se llama El Paraíso. Es una magnífica casona de estilo español con frentes de paredes blancas, ventanas con elegantes rejas y tejado rojo. Fue en 1987 cuando su esposa –Ana de Alvear– decidió convertirla en un museo abierto al público. Con hermosos jardines externos, y finos muebles en el interior, sus ambientes son un fiel reflejo de las pasiones del autor de “Misteriosa Buenos Aires”. Durante el recorrido pude admirar pinturas y esculturas de famosos artistas argentinos y –también– maravillarme con la fastuosa biblioteca personal del escritor. Además de los 16 mil volúmenes que la conforman, hay manuscritos de Rubén Darío, Marcel Proust y Federico García Lorca… ver esas letras cursivas provoca escalofríos. En la planta alta están expuestos sus objetos personales más queridos: boinas, bastones, lapiceras, un sombrero inglés y la antigua e intacta Woodstock en la que trabajaba. Sus teclas permanecen solitarias, añorando la calidez de las manos de ese hombre que eligió a La Cumbre para escribir y vivir en paz. En las proximidades hay otras antiguas casonas –como Granada, Toledo y Sevilla– que engalanan esta distinguida zona.
Entre sierras, flores y un infinito celeste
CERROS, BARES Y ARTE.
Mientras tomo un café en el bar del Gran Hotel La Cumbre, una tradicional propiedad construida en los años 50’, hago un racconto de las actividades que llevé adelante durante el resto de mi estadía. Si bien no lo escalé, estuve en la base del famoso cerro Uritorco, situado en Capilla del Monte, a sólo 18 km. También pasé por los Cocos, ideal para aquellos que vacacionan con sus niños, ya que dispone de un complejo recreativo con entretenimientos -El Descanso- y una aerosilla que culmina en una confitería con deslumbrantes vistas. Allí me encontré con varios de los huéspedes de mi hotel, con quienes mantuve amables charlas todos los días. También es aconsejable dedicarle una jornada íntegra a San Marcos Sierras, un poco más adelante. Fui temprano al río Quilpo, a disfrutar de su aguas transparentes y sus playitas junto a mis amigos y –antes del anochecer– volvimos al pueblo, donde paseamos por los puestos de la pequeña feria de artesanías y, finalmente, nos deleitamos con algunos de los muchos platos de preparación casera que sirven en los bares situados alrededor de la plaza principal.
Otro punto alto de la estadía fue la visita a la plantación de lavanda Domaine de Puberclair, un complejo agroindustrial dedicado a la producción de fragancias; además de las más de tres horas que pasé en el bar La Esperanza, una eterna fonda de esas que ya no existen, ubicada sobre la calle principal y donde escuché muy graciosas charlas de sus parroquianos, mientras afuera llovía como la última vez.
También cabe mencionar que hacia el otro extremo de La Cumbre se encuentra Cuchi Corral, sitio al que concurren los amantes del aladeltismo y el parapente de todas partes del mundo. Allí, en el cerro El Mirador, los adeptos a estas disciplinas tienen a disposición una plataforma de lanzamiento de 400 m.
En cuanto a la zona céntrica, hay una amplia oferta gastronómica en pizzerías, parrillas y restaurantes, además de un cine, pubs, museos y galerías de arte. Respecto a esto último cabe destacar que en los últimos veranos se ha desarrollado una versión local de las porteñas Gallery Nights, con interesantes muestras de pintura y escultura acompañadas de shows musicales y degustaciones de vino y champán.
Vuelvo al hotel y, una vez hecha la maleta, me asomo por última vez a la ventana de mi habitación. Y ahí está, unos metros abajo, el simpático pájaro carpintero, en el mismo tronco de hace unos días. Es la mejor imagen para despedirme.
Cómo llegar: numerosas empresas de bus cuentan con servicios desde Retiro. También se puede viajar diariamente en avión hasta Córdoba capital y posteriormente tomar un bus que tarda aproximadamente dos horas. En auto, desde Buenos Aires, a través de la RN 9, RN 20, RN 38, RP E73 y RN 38. Alojamiento: existe una amplia variedad que incluye hoteles, hostels, hoteles de montaña, hoteles boutique, hosterías, posadas, cabañas, casas de campo, bungalows, departamentos, estancias y campings. Para todos los gustos y presupuestos.
Clima: templado serrano. En verano hace calor por la mañana y la tarde, pero a partir del atardecer refresca. Las noches suelen ser bastante frías. La temperatura media anual es de 23º C la máxima y 9º C la mínima.
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